La Asociación de Constructoras Europeas de Automóviles, más conocida por sus siglas como ACEA (European Automobile Manufacters Association), ha desvelado en un informe que se está produciendo un cambio real en la industria: por primera vez desde 2009 los vehículos de gasolina han superado al diésel para convertirse en el tipo de coche más vendido en la Europa de los 15.
Ante este cambio surge la disyuntiva: ¿debería ser salvado el diésel, o simplemente constituir una tecnología puente hacia motores híbridos y alternativos? En Alemania, cerca del 20 % de los empleos relacionados con la industria automotriz dependen del diésel, mientras que los países europeos inyectan miles de millones de euros en subvencionarlo. El diésel se encuentra ante una encrucijada.
Muertes prematuras, ciudades que no cumplen los estándares...
El último informe de ACEA revela que compramos más vehículos: en la primera mitad del año se comercializaron 7,54 millones de coches nuevos en total en la Unión Europa, lo que se traduce en un aumento del 3,8 % respecto al mismo periodo del año anterior.
¿Pero qué vehículos? Precisamente en 2017, más gasolina que diésel. Los sucesivos escándalos que han azotado a la industria automovilística no han caído en saco roto entre los consumidores; a pesar de los buenos resultados económicos del Grupo Volkswagen tras el Dieselgate, sí se ha producido un cambio. La cuota de mercado de diésel en la Europa de los 15 cayó del 50,2 % al 46,3 % de las matriculaciones de automóviles nuevos en el primer semestre de 2017.
Las prohibiciones en ciudades como Sttutgart, Madrid, Atenas, Londres o México DF y la mala imagen que los grandes de la industria están dando de la tecnología diésel están provocando su ocaso, entre otras razones, lento pero progresivo. Estamos abocados a enfrentar un futuro en el que se persigan los diésel Euro5 ilegales de manera normalizada: 2040 es el año en el que los motores de combustión morirán, previsiblemente.
Los fabricantes esgrimen el arma del CO₂ para salvar esta tecnología: queman hasta un 25 % menos de combustible que los motores de gasolina y pueden ser cruciales para ayudar a cumplir los objetivos climáticos a medio plazo. Eso, siempre y cuando no sean manipulados, claro. El problema es que producen más óxido de nitrógeno (NOx).
Desde Bruselas se advierte que se producen aproximadamente 70.000 muertes prematuras en la Unión Europea al año que pueden vincularse con las partículas de dióxido de nitrógeno (NO₂) en el ambiente, y la Organización Mundial de la Salud ya identificó en 2012 los gases de escape de los motores diésel como un importante desencadenante de cáncer.
Bruselas ha advertido que Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España se enfrentan a un procedimiento de infracción inminente por no cumplir con las exigencias de aire limpio desde 2010.
Teniendo en cuenta los miles de empleos que dependen de esta tecnología, que los países europeos gastan al año miles de millones de euros en exenciones fiscales para los combustibles fósiles, y que existe todo un lobby detrás, ¿qué podemos hacer para revertir la situación?
Una industria dependiente y unos gobiernos que lo subvencionan
Aunque este año se haya producido un cambio de rumbo en la venta de coches diésel (recordemos: por primera vez desde 2009 los vehículos de gasolina han superado al diésel para convertirse en el tipo de coche más vendido en la Europa de los 15), lo cierto es que representan casi la mitad de todos los coches vendidos en Europa en 2016.
Según un informe del instituto de investigación Overseas Developement, España, Alemania, Francia y otros ocho estados de la Unión Europea gastaron 21.000 millones de euros al año en exenciones fiscales para los combustibles fósiles.
Entre los 11 países que fueron investigados por financiar la dependencia del petróleo, el gas y el carbón, destaca Alemania, con 18.100 millones de euros, Reino Unido (9.400 millones de euros), Italia (8.700 millones de euros) y Francia (7.100 millones de euros).
A eso hay que añadir la presión que ejercen la inversiones de los fabricantes en el perfeccionamiento de la tecnología diésel y la amenaza que supone al empleo. Desde Volkswagen afirman que "cerca del 20 % de los 800.000 empleos relacionados con la industria automotriz en Alemania dependen del diésel, lucharemos por ellos", añadía en un comunicado.
Ya entramos a valorar el poder de los lobbies en Bruselas y cómo deciden si salvan el diésel o el aire que respiramos: el 80 % de las normativas que afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos europeos se inicia aquí.
¿Y qué más? El sector del automóvil gastó en 2014 más de 18 millones de euros en actividades de lobby en Bruselas, según datos del Registro de Transparencia de la Unión Europea. Así que estamos ante gobiernos que prohíben el diésel mientras tratan de salvarlo entre bambalinas y se plantean si deben proteger la economía doméstica o castigar un engaño. Ahí radica el dilema.
El diésel, una tecnología puente
Desde la ACEA alertan que un cambio repentino de la tecnología diésel a la gasolina conducirá a un aumento de las emisiones CO₂, "dado que la penetración en el mercado de los grupos motopropulsores alternativos sigue siendo baja". Esto subirá el listón de cara a los objetivos planteados por la Comisión Europea para 2030, y que ya está encontrando respuestas en muchas capitales, como París, Atenas, Madrid o Londres.
Entonces, ¿cuál es la solución? Para la Asociación, la respuesta ante la encrucijada en la que se encuentra el diésel en Europa son los motores alternativos. A través de incentivos y el despliegue de la infraestructura de recarga adecuada en Europa, los consumidores deberán pasar gradualmente de los motores de combustión tradicionales a los híbridos y alternativos.
Para la ACEA, el diésel, que emite menos partículas contaminantes que los vehículos equivalentes a gasolina, deberá actuar de tecnología "puente" hacia una transición gradual. Sin embargo, como ya analizamos, es una opinión discutible, pues un gasolina de inyección indirecta o inyección directa con filtros de partículas emite menos que un diésel equivalente.
El diésel forma parte de un problema de contaminación global; es una pieza más de un mortal puzzle que no debe llegar a completarse, pero va camino de hacerlo con la connivencia de nuestros gobiernos.