A principios de año, Elon Musk lanzó un concurso dotado de un premio de 100 millones de dólares para quien que tuviera la manera o ayudase a extraer al menos 1.000 toneladas de CO₂ de la atmósfera. La idea parece haber calado desde entonces, el magnate anunció recientemente que SpaceX lanzaba un "programa para convertir el CO₂ de la atmósfera en combustible para cohetes".
Es difícil saber si esta idea se originó en el famoso concurso, pero parece que poco a poco se está convirtiendo en un verdadero proyecto industrial. De hecho, Musk invita a su público a "unirse a él si está interesado"; una formulación que sugiere que se está poniendo en marcha algo concreto.
"SpaceX está iniciando un programa para extraer el CO₂ de la atmósfera y convertirlo en combustible para cohetes", tuiteó. Utilizar el dióxido de carbono para impulsar los viajes espaciales "también será importante para Marte", añadió en un tuit posterior.
SpaceX, su agencia espacial privada y proveedora de servicios de lanzamiento para clientes como la NASA, está desarrollando cohetes para viajes al espacio profundo con el objetivo de enviar una misión tripulada a Marte. Musk declaró el año pasado en una entrevista que confiaba en que esa misión al planeta rojo podría ser una realidad en 2026.
El hecho de que SpaceX planee utilizar un carburante hecho a partir de CO₂, o dióxido de carbono, para viajar a Marte, vuelve a poner al día la vieja idea de recuperar el CO₂ que existe en la atmósfera, y cuya cantidad se ha duplicado con respecto a los niveles anteriores a la Revolución Industrial, para transformarlo en combustible. En este caso, combustible para cohetes, pero lo mismo podría servir para el transporte terrestre, marítimo o aéreo.
Ese CO₂ está ahí y solo contribuye a aumentar el efecto invernadero. Si fuera posible recuperar millones de toneladas de CO₂, ¿qué podríamos hacer con ello? ¿Podríamos recuperarlo, transformarlo? En teoría y en laboratorio es posible. Pero antes de poder transformar el CO₂ en carburante es preciso captarlo. Y ese es uno de los principales problemas.
Capturar el CO₂ del aire y transformarlo en carburante son todavía operaciones experimentales
El dióxido de carbono se encuentra disperso por toda la atmósfera y con una concentración que, en términos absolutos, es muy baja, del orden del 0,04 %. Por tanto, para capturarlo hay que procesar cantidades muy grandes de aire, del orden de millones y millones de metros cúbicos.
Por eso, para algunos científicos, como el Profesor Marc Fontecave, "hay que recuperar el CO₂ de las mayores fuentes de producción: las cementeras o las centrales térmicas, por ejemplo. Consideramos que hay aproximadamente un 10% de las emisiones que podrían recuperarse de este modo”. Una vez recuperado se podría almacenar bajo tierra para que no llegue a la atmósfera y se reutilizado en un futuro.
Se han llevado a cabo experimentos en todo el mundo, siendo la de las costas de Noruega desde hace casi 30 años el experimento más avanzado en ese campo. Allí ya se han enterrado 17 millones de toneladas de CO₂. Pero estos proyectos son muy costosos y, sobre todo, provocan una creciente preocupación entre los investigadores, que temen la desestabilización de la cubierta geológica del planeta.
Pero ese no parece ser el camino escogido por SpaceX sino el de la captura de la atmósfera. La captura directa del CO₂ se llevará a cabo en la planta de DAC (por Direct Air Capture, en inglés) más grande del mundo. Se trata de una instalación en Islandia impulsada por Climeworks, que comenzó a operar en septiembre y que capturará 4.000 toneladas de CO₂ al año.
Una vez capturado el CO₂, hay que convertirlo en carburante. Ese proceso necesita otros elementos para que el CO₂ pueda servir de carburante. Existen varios métodos y experimentos, en su mayoría implican el uso de hidrógeno o alcohol.
Pero sobre todo es un proceso que requiere una enorme cantidad de energía. El mejor ejemplo y más avanzado de estos sistemas es de los e-fuels o carburantes sintéticos, con la planta experimental de Porsche en Chile.
Así, el sistema que quiere usar SpaceX no sería que un carburante sintético para cohetes. Sería neutro en carbono, siempre y cuando la energía usada para su creación fuese renovable o no emitiese CO₂.
Es decir, los cohetes de Space X no emitirían nuevas cantidades de CO₂ a la atmósfera sino que devolverían el CO₂ utilizado para la fabricación de su combustible.
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