Cada cierto tiempo, de forma tan inesperada como extravagante, tenemos conocimiento de un conductor que, siguiendo las indicaciones del navegador, acabó poniendo el coche casi vertical, empotrando un camión entre los árboles, hundiendo su vehículo en un lago... o incluso falleciendo.
El sentido común nos dicta ser cuidadosos con las indicaciones que recibimos del GPS, pero ¿por qué creemos más al navegador que a nuestros propios ojos?
El caso de La Rioja es muy ilustrativo
A finales del año pasado y a principios de este 2016, los riojanos de la zona de Ezcaray descubrieron que su término municipal se había convertido en un curioso punto de encuentro que habría hecho las delicias de Iker Jiménez si no fuera porque el misterio de los camiones que se perdían por una carretera local no tenía nada de paranormal. Simplemente, los camioneros venían del quinto pino o más allá, y al unir Valencia con alguna ciudad de Suecia o Murcia con algún lugar de Letonia, acababan atascados por seguir las indicaciones del navegador.
"Los GPS de la empresa de transporte a la que pertenecían los tres camiones extraviados indicaban, erronéamente, la existencia de una gasolinera en Turza, un pueblo en el que hay nueve habitantes censados. Las autoridades locales se han puesto en contacto con la empresa de camiones para evitar que se produzcan más casos." — Álvaro Llorca, en Verne
Podríamos caer en la trampa de la atribución de las culpas, pero hay un debate mucho más interesante que ese. Entre otras cosas, porque un camionero (o dos, o hasta tres) que se pierda en una carretera y se quede enganchado entre los árboles tampoco es el fin del mundo: hay cosas peores.
Sin duda, perderse con el tráiler es un mal trago para el camionero, pero en el peor de los casos con una grúa se puede realizar un apaño y, bueno... el camionero tendrá una historia que contar a sus nietos. Sin embargo, el problema grave viene cuando en una de estas el conductor no lo puede contar.
Y eso también ocurre.
Entre la simpática anécdota y un duro final
Las consecuencias de perderse con un GPS pueden quedarse en una simple anécdota, o bien implicar un grave siniestro vial en el que los ocupantes del vehículo se arriesgan a quedar heridos o fallecer. Hay ejemplos de todo tipo.
Está aquel turista que se perdió en Australia por culpa de su iPhone, aquella señora que, siguiendo un GPS, decía que había viajado de Francia a Bélgica pasando por Croacia (aunque luego resultó que no fue así)... pero también está aquel que, haciendo caso al GPS y sin advertir lo que le decía una señal mal colocada, acabó en el fondo de un pantano de Badajoz en mitad de la noche.
Hasta aquí, tenemos casos en los que se podría acusar al navegador y, en buena parte, a las circunstancias que añadían complejidad a las situaciones. Sin embargo, en el caso de la pareja que viajaba de Illinois a Indiana no resulta tan fácil buscar este tipo de atenuantes.
Sucedió en marzo de 2015. La pareja llegó hasta uno de los puentes que unen ambos estados norteamericanos por la zona portuaria del este de Chicago, y allí el conductor pasó por alto un montón de conos naranjas y varias señales que indicaban que la carretera estaba cortada por obras. Lleva así desde 2009.
El conductor saltó puente abajo con su coche, el vehículo chocó y se incendió. El hombre logró sobrevivir, pero su esposa falleció. La policía dijo que el conductor "prestaba más atención al sistema de navegación que a lo que tenía frente a él".
Otro ejemplo que nos puede servir para avanzar en el entendimiento de este fenómeno es, a diferencia del anterior, tan divertido como espectacular. Y, afortunadamente, a sus protagonistas no les acarreó más consecuencias que las de no comprender nada de lo que les había ocurrido.
Hablamos de aquella pareja sueca que viajó hasta Italia siguiendo su GPS. Aquellos que querían llegar a Capri, esa bella isla mediterránea que hay junto a Nápoles y que evoca un maravilloso romanticismo. Aquellos que, sin embargo, guiados por su GPS acabaron en Carpi, una ciudad de Módena en la que seguro que hay gente romántica pero... que no es lo mismo.
Lo más seguro es que quien introdujo el nombre del destino lo hizo con un error. Lo interesante de este caso es que, cuando les preguntaron a los turistas perdidos cómo era posible que hubieran llegado hasta aquella ciudad, que está en tierra firme, resultó que ni siquiera se habían preguntado por qué nunca tuvieron que cruzar un puente, si lo que querían era llegar en coche hasta una isla. Habían tirado millas, sin plantearse que el GPS pudiera estar llevándoles a cualquier lugar menos hasta el paradisíaco paraje que anhelaban visitar.
Mientras nos rascamos el cogote o nos ponemos la palma de la mano en la frente en señal de estupor, haremos bien en recordar que otros ejemplos de gente que sigue lo que diga el GPS a pies juntillas, por desgracia, no han tenido un final tan curioso, y sí más dramático.
Con casos como estos, no es de extrañar que este fenómeno haya sido bautizado como muerte por GPS. Se trata de una situación en la cual la confianza que había depositado el conductor en su navegador se ve frustrada, y no necesariamente por un fallo técnico del aparato. De hecho, el mayor problema de la muerte por GPS no es de tipo técnico, sino psicológico.
¿Por qué hay gente que sigue el navegador a ciegas?
Y por qué hay gente que no, claro
En la muerte por GPS, de un lado puede intervenir el difícil compromiso entre la conducción consciente y la conducción subconsciente. La conducción consciente es aquella que realizamos cuando tomamos una decisión y la ejecutamos de forma premeditada, mientras que la conducción subconsciente es aquella en la que mecanizamos acciones y las ejecutamos sin más. Un claro ejemplo de conducción subconsciente en positivo es aquella que nos permite accionar los pedales y el volante sin pararnos a pensar qué estamos haciendo.
Otro ejemplo, no tan positivo, se da cuando hemos conducido de forma tan subconsciente que no recordamos cómo hemos llegado hasta nuestro punto de destino. De hecho, el riesgo viene cuando no somos capaces de pasar de forma ágil de la conducción subconsciente a la conducción consciente, por ejemplo para hacer frente a un imprevisto. Justo el problema que describe la muerte por GPS: seguir haciendo camino sin plantearse si el navegador está o no en lo cierto.
Por otra parte, la muerte por GPS guarda una estrecha relación con la manera en que hay conductores que tienden a confiar de forma excesiva en la navegación, hasta el punto de supeditar sus decisiones a lo que determine el GPS, en vez de pasar cada toma de decisiones por el necesario filtro de su pensamiento.
Y esto nos lleva al nivel de percepción del riesgo que tiene cada conductor. Cuando un conductor no percibe riesgo alguno en seguir todo lo que diga el navegador, no se está planteando que puede acabar el día en el fondo de un lago. Cuando un conductor pone un filtro entre lo que le diga el navegador y lo que piense él, de alguna manera está anticipándose al posible riesgo de tomar una decisión inadecuada.
Finalmente, hay un aspecto más biológico en cómo hacemos frente a las indicaciones que recibimos para llegar hasta un lugar que no conocemos, y que resulta tan interesante como inquietante.
Los experimentos que explican el reto de rehacer el camino de memoria tras haber llegado siguiendo un GPS, un mapa o unas simples indicaciones
Cualquiera que haya intentado rehacer el camino de memoria tras haber llegado en coche a un lugar que nunca antes había visitado, haciendo uso casi exclusivo del navegador para alcanzar su destino, habrá visto que es complicado, si no misión imposible directamente. Como conductores, solemos excusarnos diciendo que al no conocer el lugar nos hemos dejado llevar por el GPS, pero ¿cómo es posible que no recordemos muchos detalles del camino?
Tres experimentos recopilados por Greg Milner sirven para describir cómo nos planteamos los recorridos cuando somos estimulados a realizar un aprendizaje activo, o cuando nos dejamos llevar por las ayudas, como las que proporcionan los navegadores. En los tres casos las pruebas para los participantes consistían en rehacer un camino sin ninguna pista, después de haberlo seguido bien con la ayuda de un mapa convencional, bien con un navegador, etcétera.
Saarbrücken (Alemania), 2006
En este experimento, cada etapa del camino arrancaba con una foto de la ubicación actual de los participantes, que se distribuyeron en cuatro grupos:
- Grupo 1: Además de las indicaciones que recibían todos los participantes al inicio de cada etapa, este grupo recibió pistas visuales como un mapa o una línea trazada sobre la foto inicial.
- Grupo 2: Sólo recibieron indicaciones verbales.
- Grupo 3: Recibieron indicaciones verbales y visuales.
- Grupo 4: Grupo de control provisto de un mapa sin indicaciones, sólo con las fotos de inicio de cada etapa.
Además de la prueba de rehacer el recorrido, se pidió que colocaran sobre un mapa unas fotos de ciertas intersecciones que habían visto por el camino. Es decir, se les invitó a realizar una reconstrucción comprensiva del mapa.
Los participantes que usaron mapa recordaron mejor el camino porque realizaron un aprendizaje activo de la ruta. Por otra parte, los participantes que recibieron únicamente información verbal no se vieron penalizados por este hecho, ya que en el escenario del experimento la información visual no era necesaria para encontrar el camino, por lo que no se sintieron necesitados de procesar esa información redundante de forma activa.
Kashiwa (Japón), 2008
En este experimento se utilizaron navegadores reales en uno de los tres grupos:
- Grupo 1. Aprendieron la ruta de la experiencia directa, porque un guía se la enseñó sobre el terreno.
- Grupo 2. Iban equipados con un navegador GPS y con la ruta marcada en él.
- Grupo 3. Iban provistos de un mapa de papel, con los puntos de inicio y final marcados, pero sin una ruta definida.
Los usuarios de GPS resultaron ser más lentos y necesitaron realizar más paradas para reubicarse. Tras rehacer el camino, fueron los que manifestaron que habían encontrado esta tarea más difícil. Los investigadores concluyeron que el GPS es "menos efectivo que los mapas y la experiencia directa como apoyo" para el guiado de las personas.
Universidad de Cornell (Nueva York), 2008
Aquí se observó el uso que los conductores hacían de los navegadores en sus vehículos, con el ánimo de estudiar cómo "atienden a los objetos en las rutas que siguen hacia sus puntos de destino". Es decir, para evaluar la distracción en el uso de los GPS. Las conclusiones de los investigadores fueron fulminantes, destacando "evidencias de pérdida de relacion con el entorno", y explicando que se reducía el proceso de interpretación del mundo antes de concluir que con el GPS "los conductores permanecen indiferentes de los ambientes que los rodean".
Las personas contamos con un GPS natural que viene instalado de serie con el resto del cerebro
El hipocampo es una zona del cerebro que tiene un papel importante en la formación de nuevos recuerdos sobre acontecimientos vividos, lugares descubiertos y, en general, estímulos novedosos. En 1971, el neurocientífico estadounidense John O'Keefe trabajó con ratas de laboratorio y observó que cuando colocaba a los animales en un lugar concreto de la sala se les activaban unas células del hipocampo, que O'Keefe denominó células de lugar.
Ya en 2005, los neurocientíficos noruegos May-Britt y Edvard Moser observaron que cuando las ratas cambiaban de lugar, se les activaban lo que denominaron células de red, y estas se acondicionaban en funcion del entorno, construyendo un patrón espacial en el cerebro del animal. Las investigaciones de todos ellos les llevó a ser reconocidos con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 2014.
En 2010, un equipo de la Universidad College de Londres confirmó la existencia de estas células de red en los seres humanos. E incluso otra investigación de la misma universidad ha explicado que dos zonas de nuestro cerebro andan implicadas en nuestro sentido de la orientación: una se dedica a percibir la distancia hacia nuestro destino en línea recta, mientras que la otra se encarga a calcular la distancia real sobre la carretera. Es decir, que como seres humanos estamos dotados de un navegador natural que viene de serie en toda la gama.
Un curioso experimento llevado a cabo por el Instituto de Neurología de esa misma institución, publicado en 2006, tenía como protagonistas a los taxistas y conductores de autobús de la capital británica, y arrojó unos resultados que, si bien no son concluyentes, sí que son dignos de ser tenidos en cuenta.
Para obtener su licencia, los taxistas deben demostrar que conocen bien unas 25.000 calles de la capital del Reino Unido, y en este experimento se detectó que ellos tenían más materia gris en el hipocampo que los conductores de autobús. Cuando se examinó a un grupo de taxistas jubilados, se observó que esa materia gris podía haber disminuido, quizá por no precisarla tanto como cuando se encontraban en activo. ¿Hasta qué punto esa disminución de la materia gris se podía achacar a su falta de actividad como taxistas? Es difícil decirlo.
A día de hoy, resulta complicado concluir si el uso indiscriminado del GPS nos acabará atrofiando el sentido de la orientación. Lo que sí está demostrado es que el uso indiscriminado del navegador nos resta atención sobre el entorno, y que las consecuencias de esa distracción pueden ser graves. Se trata, sin duda, de una buena herramienta. Pero como toda herramienta, es preciso aprender a utilizarla.