Y después del KH-7 vertido la pasada semana sobre la llaga del peor conductor de España (si es que lo hay), hoy vamos a darle un poco con el estropajo para que duela más, y lo hago a sabiendas de que lo que voy a decir resultará feo de narices para alguno de nuestros parroquianos, pero hacer limpieza sin guantes es lo que tiene: que te quedan las manos comidas por el alquiletersulfato y todo eso.
Si el otro día estábamos todos de acuerdo en que hay personajes que no deberían acercarse a menos de 300 metros de un volante, y si el otro día del otro día (es decir, hace dos semanas), habíamos puesto a parir en entredicho la movilidad de algunas ciudades y sus proximidades, hoy voy con el siguiente escalón lógico en esta secuencia: ¿conducir debe ser un derecho o un privilegio?
Pero como el debate parece ya de entrada algo manido y previsible, prometo sorpresas.
De entrada, mi olfato me dice que la posición mayoritaria del mundo mundial viene a ser algo así como: “deberían ser más estrictos en la tómbola donde regalan los carnés”, y por ende entraríamos en terrenos algo más pantanosos del tipo: “a mí sólo me enseñaron a aprobar” y demás greatest hits, como aquel que pide para los futuros conductores pruebas parecidas a las de los astronautas.
Seamos honestos. Si el sistema fuera más riguroso, posiblemente muchos de los que ahora claman por un mundo limpio de conductores manazas no tendrían permiso de conducir. Y siguiendo con la honestidad, si a ti sólo te enseñaron a aprobar, eso es porque elegiste mal el lugar donde deberías haber aprendido a conducir y a circular y/o porque no quisiste aprender más o mejor. No es culpa mía ni de los demás: es tuya.
Aquí dejo un espacio en blanco para que te cabrees con lo que acabo de decir. Y sigo.
La memoria no es que sea selectiva, es que es muy cabr… mala consejera. Nos lleva a creer de verdad que nosotros como conductores siempre fuimos lo más, cuando en realidad a los pocos días de llevar la “L” en la chepa el coche se nos calaba, o la liábamos parda en una situación que no controlábamos, o incluso nos dimos un refregón contra un poste de la luz que no nos había insultado ni nada.
De hecho, quizá no es una cuestión ya ni siquiera de memoria selectiva: es que todavía a día de hoy hay más de uno que se estrella contra un muro… y le echa la culpa al muro, como el niño que se da un cabezazo contra la mesa y el padre, madre o tutor le echa la bronca a la imbécil de la mesa para que el niño no tenga que enfrentarse a la frustración de saberse torpe.
Bien mirado, esto de los fracasos en la conducción es uno de esos temas que, al parecer, atentan contra el honor de la persona, que cae en el error horroroso del autoengaño hasta creer que él todo lo hace bien y que los malos siempre son los demás, no vaya a ser que alguien descubra que él, cuando la lía, es tan tocho como todos los demás, y que cuando lo hace bien… pues muy bien. Como todos.
Y es que errare humanum est, y los hay que resultan muy humanos, así que menos lobos, caperucitas feroces del asfalto, que un poco de humildad de vez en cuando le sienta bien a la piel desnuda. ¿Pruebas como las de los astronautas? Sí, claro, pero el que las reclama que vaya el primero de la fila, y no con el bagaje que tiene en la actualidad sino con los conocimientos, destrezas y actitudes que tenía cuando le dieron la “L” en su tómbola particular, a ver qué pasa.
¿Te gusta conducir?
En España tenemos un censo de 25 millones largos de conductores. Los hay que emplean el coche de uvas a peras (o de higos a brevas, dependiendo de las preferencias frutícolas de cada cual), pero los hay, y muchos, que lo utilizan por algo tan elemental como el desplazamiento diario hasta su puesto de trabajo porque donde viven el transporte colectivo de viajeros todavía se realiza en diligencias.
Eso nos sitúa en un escenario en el que la circulación de vehículos constituye una necesidad básica para gran parte de la población de nuestro país, tan básica que es uno de los indicadores de la marcha de la economía. Dicho en romance: si se eliminara de nuestras carreteras a un número significativo de conductores, lo que queda de nuestra economía se iría al garete. Aún más, sí.
Y quien diga que esto no funciona así, una de dos, o nunca ha visto los anuncios de empleo donde piden vehículo propio por aquello de que muchas empresas se sitúan en polígonos mal comunicados, o simplemente se enroca en una posición indefendible. Las ciudades cada vez son más proclives a eliminar el vehículo privado, pero extramuros hay mucho recorrido por hacer todavía.
Hay regiones de nuestro país en las que sin coche uno no puede vivir con normalidad. No es que guste o no guste ir en coche, es que si no tienes coche te mueres de asco. O de inanición.
Entonces… ¿barra libre?
¿Quiere decir esto que debemos transformar la conducción en un derecho inalienable del ser humano, que lo tiene sólo por el hecho de haber nacido? Pues, sinceramente, tampoco lo creo. No todo el mundo vale para conducir, y eso no es una opinión sino una verdad demostrable: hay personas que no retienen conocimientos o no desarrollan destrezas o son incapaces de mantener un comportamiento mínimamente disciplinado en sociedad.
No. Conducir no es un derecho, ni debe ser percibido como tal, ni debe serlo.
No es un derecho porque la conducción de vehículos (así dicho rápido y de cualquier manera) está prohibida por lo general, y todo lo que hacemos quienes nos ponemos al volante lo hacemos porque la sociedad nos concede un permiso para hacerlo. Por lo tanto, no es un derecho sino una gracia que se nos concede. Si las condiciones para obtenerlo son más o menos duras… háblese con las caperucitas feroces del asfalto.
No debe ser percibido como un derecho, y ahí es donde falla normalmente la percepción de muchos conductores, que por tener un plastiquito o cartulina de color rosa en el bolsillo se creen legitimados para hacer de su capa un sayo. Si tuviéramos un sistema para controlar estos desmanes, seguramente desaparecería esta errónea percepción de la conducción como un derecho. No, el sistema del permiso por puntos, tal y como está siendo ejecutado, no sirve para esto.
No debe ser un derecho tampoco, porque no todo el mundo está en disposición de conducir y circular con arreglo a unas normas y con unas mínimas garantías de dominio del vehículo. Y ahí volvemos al principio del debate con un guiño hacia los de mi sector: ¿por qué un aspirante a conductor obtiene el plastiquito rosa después de un montón de convocatorias suspendidas, si ese montón de convocatorias suspendidas ya suelen ser indicativas de que algo no funciona como debería?
Hala, con tu permiso me voy a buscar una chichonera. Nada, por lo que pueda pasar…