En toda la historia de la Fórmula 1 hay 33 pilotos que han logrado coronarse como campeones del mundo, aunque de ellos sólo 32 fueron conscientes de su logro. El único que no lo hizo fue el de la temporada 1970, una de las más trágicas y cambiantes de toda historia de la categoría reina del automovilismo.
Un piloto austriaco nacido en Alemania, Jochen Rindt, iba camino de ser campeón del mundo. Había ganado todas las carreras que había conseguido terminar. El mundial tenía escrito su nombre, pero su destino cambió un fatal día en Monza. Ésta es la agridulce historia de Jochen Rindt, el único campeón póstumo de la Fórmula 1.
Rindt ganó el mundial de Fórmula 1 un mes después de fallecer en Monza
Jochen nació en Maguncia, Alemania, en 1942, con la II Guerra Mundial se desarrollándose por toda Europa. Precisamente en un bombardeo aéreo de las fuerzas aliadas fallecieron sus padres, de modo que Rindt tuvo que mudarse a Graz, Austria, donde creció con sus abuelos e inició su pasión por las carreras.
Precisamente esta circunstancia hace que Rindt sea recordado como el primer campeón austriaco ya que, pese a que nunca tuvo dicha nacionalidad, corría bajo licencia austriaca. Lo del primer alemán campeón quedó vacante unos años más hasta que llegó un tal Michael Schumacher a pulverizar todos los récords.
La andadura de Jochen Rindt en la Fórmula 1 se inició en 1964, cuando el equipo Brabham, perteneciente al tricampeón Jack Brabham, lo contrató para la disputa de una única prueba, el Gran Premio de Austria. Rindt hizo una gran calificación, colocándose decimotercero, pero tuvo que abandonar la carrera a pocas vueltas del final por problemas de estabilidad.
Aún así, el austriaco ya se había abierto un hueco en la Fórmula 1, de modo que el equipo Cooper decidió contratarlo para la siguiente temporada. En la escudería británica duró tres años, en los que tres podios y un puñado de grandes resultados le sirvieron para volver a Brabham, que en estos años había evolucionado hasta el punto de haber ganado los dos mundiales anteriores dirigidos por un señor llamado Bernie Ecclestone.
Sin embargo las cosas no fueron demasiado bien: Rindt sólo acabó dos carreras, las dos en el podio, en toda la temporada. Pese a todo, las muestras de talento del austriaco bastaron para que Colin Chapman, jefe del Team Lotus, uno de los equipo con más relumbrón en toda la Fórmula 1, se fijase en él para la nada fácil empresa de sustituir a Jim Clark, bicampeón del mundo fallecido meses antes en un accidente.
Rindt accedió encantado, ignorando esta profética frase del que hasta entonces era su jefe, Bernie Ecclestone: “Si quieres ganar títulos ficha por Lotus, pero si quieres permanecer vivo quédate en Brabham”. Con Lotus, tras un inicio titubeante, en la segunda mitad de año se produjo la explosión de Rindt, con un buen número de podios y su primera victoria, en el Gran Premio de Estados Unidos de 1969, sacándole 47 segundos al segundo clasificado y dos vueltas al tercero.
Jochen había cerrado su primer año en Lotus en cuarta posición del campeonato con una victoria y cuatro podios, un bagaje nada malo para iniciar el verdadero asalto al campeonato del mundo en 1970. Y, efectivamente, Rindt ese año lo bordó. Un inicio con dos abandonos dieron lugar a cinco victorias casi consecutivas que le dejaban el mundial prácticamente en bandeja.
Mucho se tendrían que torcer las cosas para que Jochen no viese cumplido su gran sueño, ser campeón del mundo de Fórmula 1. Sin embargo, todo iba a cambiar dramáticamente durante las pruebas libres del Gran Premio de Italia, en Monza. Tras un pequeño contravolante los ejes de las ruedas traseras se bloquearon hacia la izquierda en la entrada a “La parabólica”, curva a derechas que precede a la recta principal del circuito italiano.
El Lotus de Rindt chocó contra el muro, rompiendo las piernas y clavando algunas piezas del monoplaza en el pecho y abdomen del piloto. Una hora después, el líder destacado del mundial, Jochen Rindt, fallecía en el traslado al hospital. Era el segundo líder del campeonato que Lotus perdía en dos años.
El resultado del Gran Premio de Italia dejaba abierta las puertas a que hasta seis pilotos pudiesen coronarse como campeones, pero tras la disputa de la siguiente carrera, en Canadá, ya sólo el belga Jackie Ickx (Ferrari) podía ser campeón, y para ello tendría que ganar las dos carreras restantes. Lo logró en México, pero en Estados Unidos, precisamente donde un año antes Jochen Rindt ganaba su primer Gran Premio, sólo pudo acabar cuarto.
La victoria aquel día fue para Emerson Fittipaldi, precisamente el joven piloto brasileño que Lotus acababa de fichar para reemplazar al propio Rindt. Fue la primera victoria de Fittipaldi, la primera piedra de un proyecto que le terminaría convirtiendo un par de años después en el campeón más joven de la historia. Pero por entonces solo supuso una cosa, la rúbrica del título que tanto merecía su finado compañero.
De este modo Rindt se convirtió no sólo en el primer campeón austriaco (o alemán) de la historia, sino que, sin saberlo, pasó a ser leyenda del deporte. Se convirtió en el primer, y esperemos que único, campeón póstumo de la historia de la Fórmula 1. La leyenda del piloto que nunca supo que había entrado en el Olimpo.
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