Bugatti y el Concurso de Elegancia de Pebble Beach tiene una larga historia en común. Los coches de Bugatti siempre han participado en el concurso desde que se celebró el evento inaugural en 1950. Los jueces han otorgado el galardón más alto, el Best of Show, a un Bugatti en nueve ocasiones.
Pero sin duda el año más memorable para la marca ha sido en 1985, cuando en el concurso se exhibieron juntos por primera y única vez en público los seis Bugatti Royale jamás fabricados. Pero para poder lograrlo, dos de esos coches tuvieron que recibir la inmunidad diplomática, algo normalmente reservado a personas y no a objetos.
“No es exagerado decir que la reunión de Bugatti en 1985 fue fundamental para que Pebble Beach se convirtiera en el éxito internacional que es hoy", explica la presidente del Concurso de Pebble Beach, Sandra Button. Y es que nunca antes se había podido ver juntos a los seis Bugatti Type 41 Royale que la marca fabricara antes de la Segunda Guerra Mundial. Fue algo único e irrepetible. De hecho, nunca se ha vuelto a producir esa alineación de estrellas en el firmamento.
Fabricado entre 1926 y 1933, el Royale fue un coche como nunca se había visto en el mundo. El fundador de la empresa, Ettore Bugatti, concibió el Type 41 como el coche más lujoso y prestigioso del mundo, un coche para la aristocracia, para las casas reales, de ahí el apodo de Royale (Real, en francés).
Con 6,4 metros de largo y un 8 cilindros en línea de 12 litros de cilindrada, el Royale es imponente. Desde el punto de vista técnico y estilístico, el Royale, opulentamente equipado y hecho a medida siguiendo las instrucciones de sus compradores, superó su cometido con suma facilidad. Pero, por desgracia, su lanzamiento coincidió con la recesión económica mundial de 1929 y su desorbitado precio hicieron que sólo se fabricaran seis unidades.
Milagrosamente, las seis unidades fabricadas sobrevivieron hasta hoy, pero estaban repartidos a ambos lados del charco, cuatro en Estados Unidos y dos en Francia. Visto así, se podría pensar que reunir tan sólo seis coches no es algo tan complicado. Pero sí lo fue. Sobre todo cuando se requieren transportes especiales y acuerdos diplomáticos internacionales.
Al estar la mayoría de los coches en Estados Unidos, reunir cuatro de ellos no fue complicado. Dos de los Royale venían de la colección privada de William F. Harrah, en Reno (Arizona), uno del museo Henry Ford de Dearborn (Michigan) y otro de la colección del ex piloto y regatista Briggs Cunningham.
Los Bugatti Royale de la colección Schlumpf
Los dos Royale que faltaban, los Type 41 Park Ward y Type 41 Coupé Napoléon, estaban en Francia, en el famoso museo La Cité de l'Automobile, de Mulhouse (con más de 560 de coches y de obligada visita). Este museo fue creado tras el escándalo de los hermanos Schlumpf, aprovechando parte de la colección privada de Hans y Fritz Schlumpf. Y es ahí donde estaba toda la dificultad.
Los hermanos Schlumpf crearon un imperio textil en Alsacia antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero como toda la industria textil europea, las fábricas de los Schlumpf entraron en crisis en los años 70 y tuvieron que cerrar dejando sin trabajo directo a 3.000 personas.
La madrugada del 7 de marzo de 1977, un pequeño grupo de trabajadores de la empresa entró cual comando en una de las naves apartadas de la fábrica. Allí pensaban encontrar maquinaria y telas, activos de la empresa que usarían para conseguir indemnizaciones por su despido. Pero una vez dentro y cuando encendieron la luz se encontraron con cientos y cientos de coches clásicos de lujo. Hispano-Suiza, Rolls-Royce, Ferrari, Maserati y, por supuesto, Bugatti.
Resulta que desde los años 50, Fritz Schlumpf se dedicó a comprar todos los coches que pudo. Su sueño de niño era poseer un Bugatti. Lo consiguió a finales de los años 30 con un Bugatti Type 35.
Después de la contienda mundial y con la actividad que volvió a pleno régimen, empezó a darse un capricho o dos en forma de coches. En los años 60, se dice que eran trenes enteros llenos de coches los que entraban cada mes en la fábrica.
Los obreros cabreadísimos achacaron buena parte de la decadencia de la empresa al particular síndrome de Diógenes de Fritz Schlumpf. Pero en lugar de destrozarlo todo de rabia, decidieron ocupar el lugar, conscientes que ahí había algo más que un montón de coches.
Inmunidad diplomática para la realeza automóvil
Tras una larga batalla jurídica entre los hermanos Schlumpf, huidos a Suiza, los sindicatos y el estado francés, la colección de los hermanos Schlumpf se convierte en museo en 1989 y más de 400 coches pasan a ser patrimonio histórico. Pero en 1985, la batalla jurídica sigue en marcha y Francia teme que Fritz Schlumpf aproveche que “sus” dos Bugatti Royale salgan del país para recuperarlos.
La idea de juntar los seis Bugatti Royale partió de Chris Bock, entonces miembro de la organización y hoy presidente del jurado en Pebble Beach. Y para que Francia aceptara prestarles los dos Bugatti Royale que poseía, Bock y sus colegas tuvieron que convencer a los funcionarios del gobierno estadounidense para que concedieran a los dos coches la inmunidad diplomática.
Era la primera vez que un coche se beneficiaba de este estatus. De este modo, ningún juez local o federal estadounidense podría confiscar los coches, aunque fuese de forma cautelar, si uno de los hermanos Schlumpf interponía una demanda para recuperarlos.
Pero ese no era el único problema. En aquella época, los vuelos de carga de Francia a Estados Unidos hacían escala en Canadá para repostar y la inmunidad no era válida en suelo canadiense, obviamente. Convencer también a los canadienses para que diesen la inmunidad diplomática a dos coches no era factible, por lo que Air France operó un vuelo directo de París a Los Ángeles para llevar los Royale a la costa del Pacífico.
¿Solucionado? Qué va. No se pueden llevar dos piezas tan valiosas en un mismo avión. Si pasa se perderían los dos coches. No, cada Bugatti Royale fue en un avión distinto.
Todavía preocupado por las represalias de los hermanos Schlumpf, el museo de Mulhouse insistió en que cada coche fuera transportado del aeropuerto al recinto de Pebble Beach por separado. Nada de ir en el mismo camión, cada uno en un camión diferente. Llegados a este punto, no me sorprendería que cada camión siguiese una ruta distinta.
El transporte costó unos 85.000 euros de 1985, que fueron pagados por coleccionistas, jueces del concurso, funcionarios y amigos del concurso. Tal era el entusiasmo por ver los legendarios modelos de Bugatti en Pebble Beach.
El transporte y las complicaciones de traer a los dos Royale de Francia son, en el fondo, similares a las que se experimentan con cualquier otra obra de arte de enorme valor, ya sea de valor mercante o histórico. En el otro extremo, nos encontramos con las medidas tomadas para traer el Bugatti Royale de Briggs Cunningham.
“Llegó un tipo con el coche. Lo había traído en un remolque abierto detrás una Ford F-250 y dijo: 'Oh, no pasará nada, sólo le pondremos una lona por encima', mientras todos los demás corrían hiperventilando", recuerda Chris Bock.
Y es que como explica Bock “el concurso es un espectáculo complicado de organizar porque se hace en un campo de golf situado en un barrio residencial". Por eso habían “puesto mucho cuidado en organizar el almacenamiento de los Royale en los garajes de las casas privadas adyacentes al campo de golf”, pero el Royale de Cunningham se quedaría en el trailer con una lona por encima. Y efectivamente, no pasó nada.
La exhibición de los seis Bugatti Royale juntos fue todo un éxito. La gente se amontonaba alrededor de los Bugatti, desde primera hora hasta el final. “Fue un punto de inflexión para el evento. Puso a Pebble Beach en el mapa con la prensa internacional del automóvil y los coleccionistas de todo el mundo, además de dar lugar a la Semana del Automóvil de Pebble Beach [hoy conocida como Monterey Car Week]", explica Bock.
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